viernes, 8 de julio de 2011

Las cosas simples

(Cuento chicherezco del 2008-2009 por Edom de Caloca)

Vestustam fecit pellem meam…
Piensas que fue fácil tenerla, pero ahora que se fue, la soledad fulgura sobre tus sienes. Tu única certidumbre es saber que renuncias; sigues renunciando, todavía arde en tu conciencia, como el eterno retorno, su perfume y el olor de su sexo.
El olvido es generoso, para ti se volvió la eternidad inalcanzable, como en los campos secos donde la única humedad son las lágrimas de la esperanza.
No importa cuánto esperes la ayuda del tiempo, nadie, tú lo sabes, podrá desmentirte del calor de su cuerpo; aquellos besos, aquello que pensaste dádiva de amantes, eran navajas de hielo, de frío, su calor quemante era un glaciar, los besos, solo ráfagas gélidas.
Piensas y piensas, semejante a una red colgada de todas tus tardes, de tanto pensar, ahora tienes una trampa mortal. En tus ojos vespertinos hay desdicha, o acaso dormiste mal.
En la tarde te vi salir, te pusiste colonia, pero tus zapatos iban sucios, yo lo vi, traías los zapatos llenos de tiempo, de briznas de tiempo; pensaste que fue fácil hacer el amor, sencillo flirtear bajo la sombra añosa de los fresnos, pero… hoy arruinas tus zapatos con el tiempo muerto, que se descama desde muy hondo, muy adentro… de tus entrañas.
Fue simple, yo te vi salir, destripando caracolillos con tus zapatos sucios, sobre el pecho de una miríada de hombres; así son las cosas simples, porque odias y nunca te colmas, las pequeñas conchas crujían debajo de tu peso, porque las odias… yo sé…
Cuando la hora de la calcinación cesó, tuviste hambre, buscaste un banquete, eso que tu llamas misericordia; en tus bolsillos, sin embargo, solo traías migas de pan, porque yo sé, las vas dejando en el laberinto, para atraer a los pájaros y luego perderlos… sé de lo que hablo.
Sigue pensando, envuélvete en la red de todas tus tardes, para lavar el remordimiento, tú remordimiento, en el calor cotidiano, escucha, atiende, porque de ahora en adelante vivirás del recuerdo, hurgando sobre un monte de Venus ajeno; no lo reprocho, pero…
Yo te vi salir, fragante, con la frente irisada de soledad, refulgente de descaro y preguntando:
-¿quién aún vive en mi deseo?

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